"En España, un marroquí delinque 7 veces más que un español; un argelino, 37 veces más".
Tomamos datos crudos, sin una gota de análisis ni contexto. Contamos delitos, contamos habitantes, los clasificamos por nacionalidades, aplicamos estadística comparada y ¡zas!, ya tenemos el dato estrella para bares, sobremesas y redes sociales.
¿Acaso la criminalidad está en la sangre, en el ADN, en el pasaporte o en el color de la piel?
Los expertos en criminología y sociología coinciden en que la delincuencia está vinculada a factores estructurales, económicos y sociales, no al país de origen ni a la etnia. Es decir, ser marroquí, argelino, chino o murciano no predispone al crimen. Lo que marca la diferencia es la precariedad, la marginación y la exclusión sistemática.
¿Pero acaso son falsos los datos? No necesariamente. Pero juguemos con su misma lógica.
“Un joven delinque 10 veces más que un anciano.”
¡Solución! ¡Toque de queda para adolescentes! ¡Que ningún yayo se acerque a menos de 10 metros por si acaso le quitan el bastón y la dentadura postiza!
¿Y qué pasa con los hombres? He aquí datos incómodos:
- Los hombres españoles cometen más del 85% de los delitos en España frente al 15% de las mujeres españolas (INE 2023).
- Si hablamos de delitos contra la libertad sexual, el porcentaje llega al 98%. (Estadística Criminal - Ministerio del Interior-2022)
- Si hablamos de encarcelados, de cada 100 españoles, 92 son hombres. (INE - Estadística Penitenciaria)
¿Cuál sería la respuesta a esto? ¿Criminalizamos a todos los hombres como lo hacemos por nacionalidades por formar parte del grupo estadísticamente más vinculado al crimen?¿Prohibimos el turismo masculino?
Aquí, casualmente, el patrón estadístico no nos escandaliza.
¡Pero sigamos!
Imaginemos la siguiente escena. En una calle de Madrid coinciden un argelino, un chino y un español. Según “los datos”, el argelino tiene una tasa de criminalidad 37 veces superior a la del español y 150 veces superior a la del chino. Sí, 150. El argelino no ha tenido tiempo ni de pensar en delinquir cuando el chino, preso del pánico estadístico, al verlo llegar, por pura reacción defensiva, le entrega la cartera, el número PIN de la tarjeta de crédito, las llaves de casa y la contraseña del WiFi.
¿Absurdo? Sí.
¿Basado en datos? También.
Continuemos con esta maravillosa lógica:
¿Cómo debería reaccionar el ciudadano chino ante el español? Porque “los dichosos datos” dicen que los españoles delinquen 4 veces más que los chinos.
No es motivo para un ataque de pánico pero sí para tener cierta prudencia, como cuando te cruzas con un oso. Porque aunque los españoles no llegan a los registros míticos de los argelinos, en España solo hay tres cuartos de argelino por cada 100 habitantes. Pero españoles hay por todas partes.¡85 españoles malnacidos por cada 100 habitantes que delinquen 4 veces más que el pobre chino!
Con esas cifras, un chino en Mercadona debería entrar con escolta.
Analicemos esto. Ese argelino, cuya estadística lo pinta como un delincuente legendario, no discrimina víctimas. Le resulta completamente indiferente si al que tiene enfrente es de Pekín, de Alcobendas o de Saturno.
¿Cómo entonces explicar ese miedo distinto ante la misma persona según la nacionalidad de quien observa?
¡Un momento! Quizá, sin darnos cuenta, hemos descubierto el núcleo del problema.
Decir que “un grupo comete más delitos” sin preguntarse por qué es como culpar al termómetro de la fiebre. Si aplicáramos la misma lógica simplista que se usa para estigmatizar a inmigrantes, podríamos demonizar a casi cualquier segmento de la población. Confundir correlación con causalidad es como culpar al espejo de las ojeras.
- ¿Quién es responsable de las muertes de migrantes en el Estrecho?
- El 100% han muerto ahogados.
- Entonces la culpa será del agua.
Esta obsesión por mirar el delito a través del pasaporte no nace del interés por la justicia, sino del impulso de señalar y estigmatizar a determinados colectivos. Nace de retorcer datos fríos hasta que confirmen los prejuicios que uno ya tenía antes de mirar.
Claro que hay migrantes que delinquen. Pero señalar con el dedo a colectivos enteros por delitos individuales es repugnante y peligroso.
La delincuencia no se combate con muros ni con bulos. Se combate con integración, con igualdad, con dignidad y con empatía. Con trabajos y salarios dignos y con la derogación de leyes migratorias que condenan a miles a sobrevivir en la economía sumergida y en condiciones de vida insoportables.
Resulta irónico que quienes se erigen en paladines de la cultura y las tradiciones occidentales lo hagan desde la trinchera de la prepotencia y el desprecio. Porque una sociedad occidental que se vanagloria de defender valores universales como la libertad, igualdad, justicia o fraternidad, también ha ido durante décadas alimentando a un monstruo: el odio al diferente.
La llegada de inmigrantes, con su sola presencia, desenmascara a una sociedad que muestra su buena cara mientras esconde el culo sin limpiar. Una sociedad que, en nombre del orden, alza muros y cierra fronteras, mientras tolera con indolencia costumbres tan viejas como injustas: el clasismo, la xenofobia y la exclusión.
España no tiene un problema migratorio. El virus no viene de fuera: lleva años empadronado.
Ninguna patera trae tanta ruina como el prejuicio que habita, cómodo y bien alimentado, en demasiadas cabezas.
"...cuando la ley pisotea el derecho, ¿no es legítimo ser ilegal? Si soy ilegal, cambiad vuestra ley..."
Willis Drummond (Tema: "Ilegala")