miércoles, 5 de agosto de 2020

JUAN CARLOS PRIMERO, FELIPE DESPUÉS


Resulta asombroso ver a tanto demócrata defender estos días al rey emérito. Que para ello necesiten tirar de Otegi, Puigdemont o Puyol deja claro los malabarismos que tienen que hacer para sostener sus argumentos.

Juan Carlos I no trajo la democracia a España. Y ahora, fuera del país, tampoco se la lleva. Él lo que juró en su proclamación fue acatar los Principios del Movimiento Nacional, que no era otra cosa que la continuidad del franquismo.

La democracia la trajeron las miles de personas que se dejaron la vida en el intento o se pudrieron en prisión por tratar de acabar con la dictadura. Y en última instancia, los que se sentaron en una mesa pese a sus diferencias y llegaron a la conclusión de que ya era suficiente con 40 años de vergüenza. El rey aceptó lo que era imparable, la transición, no sin antes asegurarse su puesto perpetuo por escrito.

Dice Pedro Sánchez que se juzga a las personas y no a las instituciones. Tiene razón. Aunque justo en este caso nos encontramos con la excepción. El problema es precisamente la institución. Que un rey te salga corrupto y putero (hablo de Robert Baratheon), mirando el pasado, ya casi es lo de menos. Porque hasta un rey modélico sigue siendo indefendible. Incluso uno que inventa democracias o impide supuestos golpes de Estado.

La monarquía nos vino en el pack de la transición y de la Constitución del 78. Se aprobó y a estas alturas es mejor aceptarlo para que no se alteren algunos. Pero defender hoy un régimen monárquico en el que el rey "elegido" como jefe de Estado lo es para toda la vida, es cuanto menos sorprendente. Que su sucesión sea hereditaria rompe una de las leyes básicas de cualquier democracia. La falta de transparencia y la inviolabilidad completan un combo insostenible.

Esto no va de derechas ni de izquierdas. Ni siquiera de República. Esto va de democracia. Y en el s.XXI es inaceptable una institución que vulnera todos los principios democráticos.

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