sábado, 16 de mayo de 2020

EL FARO ROJO QUE SIEMPRE NOS ILUMINA


Hace unos veinticinco años, a la vez que comenzó a interesarme la política, empecé a escuchar a Julio Anguita. 

En las elecciones generales de 1.996, a casi nadie le preocupaba que los más de dos millones y medio de votos de Izquierda Unida, solo sirvieran para conseguir 21 escaños en el Congreso de los Diputados. Como si lo de un voto-una persona fuera una reivindicación actual. 

Voté a Izquierda Unida en las primeras elecciones generales que tuve posibilidad por edad, en el año 2.000. Cuando IU, ya sin él como cabeza de lista, perdió la mitad de los apoyos.

Siempre era interesante escucharle aunque no compartiera todo su discurso. Su "programa, programa, programa" debería ser un ejemplo para los políticos actuales que utilizan sus partidos para vender ideologías vacías de contenido, confrontaciones e insultos gratuitos. 
No fue el primero, ni siquiera el que más alto lo gritaba, pero sí el que con más pausa y acierto nos explicaba el expolio que se estaba realizando en España con la privatización de numerosas empresas públicas. 
En una época en la que el mensaje se envía en 140 o 280 caracteres -la mayoría de las veces comparando churros con merinas-, Julio necesitaba 10 minutos para poder llegar al fondo de las cuestiones.

Maestro, Republicano y Comunista, seguramente nadie ha representado mejor lo que significa el patriotismo: la igualdad social, la igualdad de oportunidades, la distribución de la riqueza, los derechos laborales, etc. 
No inventó nada. Simplemente tenía en una mano la Constitución y en la otra la Declaración Universal de Derechos Humanos. Todo estaba ahí. Y nadie lo estaba cumpliendo.

Con él comprendí que no puede haber paz sin justicia social. Que la ética está por encima de la ideología. Y que la verdadera política no se basa en buscar culpables, sino soluciones. 

Cuando me pregunten si soy rojo, siempre responderé lo mismo. Tan rojo como Anguita.

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