martes, 19 de mayo de 2020

UN NUEVO MUNDO


El mundo en pausa. Durante horas, días y noches interminables, hemos tenido tiempo para reflexionar. Para entender que si los servicios esenciales paran, el colapso es inmediato. Pero también para darnos cuenta que la cosa no se queda ahí.

Un mes de parón ha llevado a las empresas a la quiebra. Al despido de muchos trabajadores. Un mes sin el ingreso en la cuenta bancaria de la nómina ha impedido a la gente hacer frente a tus gastos básicos. Un mes de parón y todo se ha ido al carajo.

No recordamos cuando comenzó a girar esta rueda porque nacimos dentro de ella.
Estrés en el metro por llegar tarde a trabajar. Desesperación por los atascos en las carreteras. Agobios por el "todo es para hoy" en el curro. Agotamiento por la carga de trabajo y por las jornadas interminables.
Condenados a una constante monotonía. Ahora parece que esa monotonía nos encantaba.

Somos monos matando monos por un pedazo de tierra. Somos monos compitiendo con monos por un 0,01% más de beneficio. Somos monos luchando contra monos por ver quién es el mono más tonto que llega más alto.
Tenemos manos para ayudar a los demás pero las utilizamos para empuñar armas y firmar sentencias de vida y de muerte. Tenemos cuerdas para sacar a los demás del pozo pero las utilizamos para ahorcarlos.
Damos las gracias a la misma hora a la misma gente a la que cuando todo pase, le gritaremos que son unos vagos y unos privilegiados.
Pedimos auxilio económico a los afectados por esta pandemia cuando no hace tanto ante situaciones dramáticas de desahucios, de familias sin trabajo y con el paro agotado, o de personas en situación de vulnerabilidad les decíamos: "Buena suerte, estáis por vuestra cuenta".
Solicitamos pagas extras especiales a los funcionarios que nos están sacando de esto cuando tan solo meses atrás nos importaban una mierda sus salarios.
Echamos de menos los besos y los abrazos cuando constantemente los evitábamos o los rechazábamos. Cada uno en su burbuja individual. En su odisea personal.


Hemos pasado la primavera entera confinados en nuestras casas pensando en aquellas cenas con los amigos que no hemos tenido. Aquellas comidas familiares a las que no hemos ido. Pensando en aquellos conciertos a los que no hemos asistido. En aquellos nuevos viajes que no hemos realizado. Y en el peor de los casos, en los seres queridos que hemos perdido de los que ni siquiera hemos podido despedirnos.

¿Nos debe servir esto para acordarnos de aquellas personas a las que queremos de verdad? No.
Nos debe servir para decírselo.
¿Nos debe servir esto para valorar más cada pequeña cosa? No.
Nos debe servir para reflexionar si de verdad no tenemos una forma mejor de vivir.

Una vida en la que si pinchas durante un solo instante, no pierdas toda la carrera. Una vida en la que si tienes un problema pasajero, no sea tu ruina. Una vida en la que si te tropiezas, no pierdas el ritmo. Y menos aún seas pisado por los que vienen detrás. Una vida en la que entender que la mejor manera de saber si puedes confiar en alguien, es precisamente haciéndolo.
Nos recuerdan que después de la tormenta viene la calma. Pero de sobra sabemos que luego siempre viene otra tormenta.

El mundo se ha hecho añicos. Y al igual que cuando un vaso cae al suelo y se rompe en mil cristales nadie se propone recomponerlo, tenemos que hacer lo mismo con el mundo.
Quizá sea esta desgracia la que nos haga comprender que este viaje es único y que solo se entiende cuando lo hacemos juntos. Que las viejas llaves no abren nuevas puertas. Que los pasos cortos son los idóneos para caminos largos.
¿Por qué hay que vivir a 200 km/h con lo bien que se ve el paisaje a 20? ¿Por qué no podemos poner la cámara lenta y disfrutar más de cada instante? ¿Por qué no mandar este ritmo de vida todos juntos a la mierda? ¿Necesitaremos decenas de miles de muertos de nuevo para darnos cuenta?

Lo que necesitamos es disminuir la velocidad para encontrarnos porque solo se vive una vez, pero si lo hacemos bien, con una es suficiente.




No hay comentarios:

Publicar un comentario