jueves, 3 de junio de 2010

Mr. $


Érase un hombre con una esposa, con 2 hijos, con un buen trabajo, que viendo el presente y pensando en el futuro no veía las cosas muy claras. Y pensó que podía cambiarlas. Pensó tanto que podría hacerlo que fundó un partido político cuyo nombre no recuerdo.

Y en poco tiempo se fue abriendo paso, se fue haciendo con un nombre importante dentro de la política y fue sumando más y más afiliados, y eso casi sin financiación y sin publicidad.

Su programa no era bueno, eso decían los del dinero. Éste se basaba en:

 la reducción de impuestos para las clases menos favorecidas.
 el control de bancos y organismos públicos mediante la transparencia necesaria.
 las medidas necesarias para tener una enseñanza gratuita básica y una sanidad gratuita universal
 la defensa a ultranza de un estado laico
 la revisión de las remuneraciones y privilegios que tenían los congresistas y senadores.
 la implantación de un límite salarial y un control en las pensiones millonarias de jubilación para esos que se llaman Consejeros Delegados de empresas abominables y para esos deportistas llamados profesionales, profesionales en el deporte de cobrar y correr.
 la regulación en la financiación pública y privada para los partidos y sus campañas.

Y además dijo públicamente que su programa pretendía eliminar las enormes diferencias que existían entre ricos y pobres; a lo que un periodista le preguntó:“¿Por qué los partidos favorecen a los ricos si lo que buscan son votos y los ricos son minoría?”. Y el bueno de nuestro hombre respondió:“Dan más votos los dólares bien utilizados que los pobres contentos”.Y añadió que es imposible acabar con la pobreza si no se acaba a la vez paulatinamente con la extrema riqueza.

Y llegaron las elecciones. Y las ganó. Y es que el tío tenía gancho, daba bien a la cámara. Por eso un día, un hombre con larga gabardina y puros habanos le visitó.

Y nuestro amigo comenzó a cambiar el discurso, a variar el programa, a no cumplir lo que había prometido. Se cortó el pelo, se puso la raya al medio y entre raya y raya empezó a frecuentar un club de carretera. Y se dejó bigote, un coqueto bigote que nunca gustó a su mujer y que él defendía puesto que había viejecitos que votaban por eso.


Y empezó a tirar bombas a unos barbudos obsesionados en subir el precio del petróleo; a perseguir de manera implacable el contrabando de sustancias ilegales (aun cuando él de siempre sabía que a un país borracho y colocado se le maneja mejor); a privatizar la educación y la sanidad; a meter negritos y más negritos a la sombra porque tomaban mucho el sol y no trabajaban, y a sentarlos después en sillas eléctricas porque ya no había sitio en las prisiones. A rebajar las prestaciones sociales porque se estaban quedando sin dinero para armamento... Y a ilegalizar partidos, y a cerrar periódicos. Y a los que decían que esto último iba contra la libertad de expresión y era antidemocrático les respondía:“¿ah, sí?, pues habrá que crear leyes que solucionen eso”. Y hombre que las creó. Entre ellas la Ley Antiterrorista, esa que dice que todo ciudadano es terrorista mientras no demuestre lo contrario.

Y pasaron los años y se acercaron de nuevo las elecciones. Y empezó a engordar, a echar una buena panza, esa panza que echan los ricos. Y a la vez que aumentaban las cuentas aumentaban los financiadores. Y rechazó la financiación pública porque quería más libertad con la privada, esa que siempre criticó porque provocaba intereses particulares y con ello corrupción. Y el límite en la financiación privada, que siempre le pareció algo justo, ahora se lo había saltado por un par de ceros.

Y mientras, su mujer, esa activista comprometida, amante de la política, la verdadera cabeza pensante de los inicios políticos de su marido, se desesperaba. Su marido no entendía que todo le iba bien porque los ricos le apoyaban conscientemente ya que les favorecía; pero que la mayoría, los pobres, sólo le votaban por ignorancia, cegados por las campañas sensacionalistas pagadas por las fortunas de los ricos, valoradas y ensalzadas por presentadores y periodistas cuyos jefes casualmente eran los financiadores de su partido, y por las verdades a medias (mentiras como puños) de su programa político. Tanto se cansó de su marido que un día le pidió el divorcio. Justo el día en que 20 estudiantes entre los que se encontraban sus 2 hijos morían en el instituto a manos de un compañero aficionado a las armas, esas armas que su marido apoyaba, porque financiaban su partido, y porque ocupaban un alto porcentaje de sus votos.

Y nuestro hombre se empezó a desmoronar. Y unas horas antes de conocer el resultado de las eleccones, se miró al espejo, y vio su bigote, y su raya al medio, y su panza. Y se acordó del pasado, de las razones por las que fundó el partido y que entre intercambios de dinero y golpecitos en la espalda había olvidado; de las familias que llegan con lo justo a fin de mes, de la multitud de padres que casi no ven a sus hijos por trabajar durante 13 y 14 horas al día en varios trabajos. Y le dio asco pensar que posiblemente los altos directivos ganaban más en dos meses que ellos en toda su miserable vida. Y aún más asco le dio recordar a los muchos directivos y miembros del Consejo de Administración de importantes empresas que conoció en aquel club de carretera. Esos para los que los apretones de manos son declaraciones de matrimonio.

Y pensó que estos nuevos ricos (los que ganan cientos de millones de € al año), que ya se habían hecho con casi todos los chalets de lujosas y grandes urbanizaciones y que sólo se reúnen en las discotecas y restaurantes que están a su nivel, pronto serían capaces de unirse todos juntitos y comprar grandes ciudades y tener a los alrededores barrios marginales donde estaríamos todos los demás. Algo peor que en los años 20, cuando tenían enormes mansiones y cientos de esclavos a sus órdenes. Y algo no muy alejado de las sociedades feudales.

Y se acordó también de aquel hombre que le visitó hacía ya 4 años y del que por los pasillos de la sede del partido se hablaba: que si era un riquísimo empresario, que si manejaba la TV pública y su dinero había hecho amistades en una cadena privada, que si tenía contactos en casi todos los organismos estatales. Y recordó la última frase que le dijo aquel día: “El que tiene dinero conoce el futuro”. Y se dio cuenta que se había equivocado.

Por eso justo el día que fue reelegido, escribió 2 cartas. Una de dimisión y otra dirigida a su todavía esposa, en la que le pedía disculpas y le instaba a que se dedicara a la política. Que con su capacidad, actitud y aptitud podría hacer real el sueño de aquel programa político inicial. Hizo esto poco antes de coger el fusil que sus amigos de la Asociación del Rifle le habían regalado, mirarse al espejo de nuevo y acabar con la vida de un hombre demasiado gordo para huir, demasiado cobarde para luchar y demasiado fácil de comprar.

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